martes, 14 de enero de 2014

La lista de la compra.

Llena falta de leche y huevos,
que me llena de fría tristeza,
y de la larga vergüenza
de una vida llena de pobreza.

Llena ya la nevera de hambre,
y de comida hecha de aire
y de tanta pena como sale
del llanto de a quien no le vale

vivir. De quien olvido comer,
que quien olvidó reir.

Arroz en los platos.
Agua en los vasos.
Leche en las tazas.

Arena en las bocas.
Sal en los labios.
Cal en la llaga.
 
Pan en las manos.
Polvo en los zapatos.

Como herencia 
recuerdo de mi madre 
la tendencia
de llenar un alma de hielo
de un tropel de congelados.

Como ejemplo tengo,
la manera de calmar a un demonio
que me ruge a mediodía,
Almuerzo, merienda y cena.
Que me devora por la noche.
Que me despierta cada hora.

Tengo el recurso del azúcar
a palo seco.
De la sal, del pan,
(el día que toca)

Me daría pena la lista de la compra
o los supermercados. 
Me daría pena la cola de gente 
en la pescadería.
Me darían pena las madre
negándoles cosas a sus hijos. 

Me daría pena...
...si comprase alguna vez.

Pero como no compro
me apena la leche,
me apenan los huevos,
me apena el frío,
la vergüenza,
la pobreza.

La pobreza sin nombre, porque si lo llamas pobreza entonces las mujeres embatadas te recriminan y comienzan sus discursos sobre África, sobre el agua, "cómo está el mundo" "y nosotros quejándonos de cualquier cosa". Se arropan las batas, cierran bien un carrito de la compra lleno de bolsas que rebosan y se van medio indignadas. Y el que se queda con mal cuerpo eres tú,
que ni carrito,
ni bolsa, 
ni rebosa.