Retozas con las letras
de otros que sueñan
contigo,
o con tu pelo,
o con el velo que turbas en las viudas o en las vírgenes
que te observan,
que te rezan.
Recibes las plegarias como un santo,
sin saber quién te reza.
Y mientras tanto aquí
tragamos océanos por ti.
Y tú mirando el dedo en vez del cielo.
Yo que vuelco mesas,
que predico a las piedras cuando ando.
Yo que recurro al retuerzo
para dormir.
Para no pensar qué hacer con tu lumbre.
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