lunes, 5 de agosto de 2013

Cuerdas y noches.

A mi edad otros no están roncos. No serpentean entre barro buscando ratones. A mi edad otros viven, no piden decodificar el mundo, no sueñan de continuo.

Los secretos atropellando mi garganta, me encorvan el cuello,
la sangre hierve de frío, los dedos tiemblan frente a una chimenea.
El papel por todas partes mientras los huesos se estiran.
Estoy ahi, en la cama, me veo desde arriba. Soy la lámpara de mi techo.
Soy los ojos de la habitación que me acoge desde hace semanas.
Soy sólo un sueño hasta que despierto.

Luz. ¿Por qué hay ahora luz?

Por la noche han debido crecer torres en mi cama, y ahora alzan las sábanas como un templo inmenso,
a mi lado una reina vestida de blanco, un príncipe dorado.
Es el cuerpo de un dios. El aria magna de una gran ópera.

Tiene la boca abierta, el cabello en tensión. El culo un poco grande y una cinta a la espalda. Tiene el don de llevarme lejos. La cabeza ajustada, la piel de madera.

Me quedo con ella y ella hace que se pase el día hasta que vuelve la noche y sólo duermo.
No por dormir. Por estar durmiendo.


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